
Algunos escriben sobre un vidrio mojado su nombre sin darse cuenta. Yo escribí el mío sobre un folleto de la torre de la Calahorra sin letra de imprenta. Y después, como aquél lunático que puso sus pies en paraje desconocido yo puse los míos en asfalto cocido y coloqué el panfleto sobre el retrovisor del coche como prueba de mi presencia en Calórdoba (si de Sevilla dicen que tiene un color especial de su hermana puedo decir que tiene un calor infernal). Concretamente en la Ronda del Marrubial. Un nativo viéndome hacer los preparativos para la foto ya me advirtió de que esa torre del folleto nada tenía que ver con esas murallas históricas rodeadas de vallas metálicas. Agradecí el aviso, cosas mías, le dije, tomé entre mis manos la cámara e inmortalicé la escena con un zoom preciso. Miré a derecha e izquierda. No estaban mis perros copulando ni mi guarro elefante. Me los imaginé en su día como a los gigantes aquél caballero andante.

Tampoco hubiera imaginado que este año pasaría mis vacaciones por tierras andaluzas, pero una propuesta de última hora difícil de rechazar como la de disponer de un apartamento totalmente por la cara ocho días en Puerto Banús cambió el itinerario de mi gepeese programado para Euskadi y alrededores. Y ya estoy aquí de nuevo, a dos días de fin de fiestas de la Aste Nagusia de Bilbo por las que quiero darme un paseo a ritmo de Kepa Junquera y su "Marijaia dator" antes de volver a la rutina.