
El tabaco vuelve a estar de moda, o mejor dicho la dichosa ley del tabaco. Resulta que en Uruguay allí también están por los humos. Y esta vez ha sido un famoso músico el que trae una noticia alquitranada y nicotinizada: Joaquín Sabina. Ni corto ni perezoso se ha llevado a los morros un cigarrillo mientras daba una rueda de prensa en un famoso hotel. "Había un cenicero en la mesa y no quería ser descortés con los anfitriones" ha dicho, aparte de que no tenía ni puñetera idea de que existiera la prohibición de fumar en cualquier espacio público uruguayo. Pues unos 11.000 euros costará la escena. ¿Quién la pagará? Bueno, ya se pondrán de acuerdo. Eso sí, el director del Programa Nacional de Control de Tabaco uruguayo que, atención a la guasa bautismal, se llama Winston, Winston Abascal, ha declarado que ellos no multan a adictos, y el responsable es el hotel y no Sabina, ese que fuma. Del subdirector no hay noticias pero el colmo sería que se llamase Kent, tuviera antecedentes Celtas, cobrase en Ducados, y poseyera una Fortuna en Richmond.
Yo no fumo, pero he fumado, y me siento solidario con los que se ven en la obligación de salir a la calle a echarse un pitillo. Les veo, solos junto a un cenicero y, si tienen suerte, con mesa y silla para sentarse, y parecen apestados, prostituidos del humo que venden sus pulmones a las tabacaleras para ganarse, si el precio es alto, un cáncer, y por eso les acompaño, en el sentimiento.
El fumar es un placer, dicen unos comparándolo al sexo. Razón tienen cuando ámbos se juntan y mucho más placentero resulta ese cigarro del después. Da igual, que haya sexo sin cigarro y cigarro sin sexo, a muchos crea adición. Y cuando de sexo oral se trata ésta es tan grande que con tal de llevarse a la boca un buen cigarro da igual el paquete que tengas al lado, sea rubio o moreno.

