Aunque a primera vista en nuestra mente creamos ver a un cerdo enseñándolo todo, en realidad son tres cerdos
miércoles, 27 de julio de 2011
No es un cerdo enseñándolo todo
Aunque a primera vista en nuestra mente creamos ver a un cerdo enseñándolo todo, en realidad son tres cerdos
martes, 12 de julio de 2011
Blancanieves y los siete consoladores

Érase una vez, en un lejano y remoto burdel de carretra donde una joven mujer, llamada Blancanieves, vivía con su madrastra, bruja y prostituta al mismo tiempo. Blancanieves poseía un escultural y moldeado cuerpo de blanca piel y largos cabellos rubio Heineken. A medida que pasaban los días, Blancanieves seguía adquiriendo más y más belleza y estaba aún más buena cada día que pasaba. Y esto le sentaba como una patada en los huevos a su madrastra porque no quería ni imaginarse ver a Blancanieves poner también en venta su preciado negocio, porque ella era allí la reina del negocio, del polvo en metálico y temía por arruinarse. Así, para que aquella jovencita no le hiciera competencia ordenó a su chulo, el señor del falo, llevarla a una ciudad perdida, abandonarla en las lúgrubes alcantarillas de la ciudad y deshacerse así de ella para siempre. Pero el señor del falo, viendo a Blancanieves temblar y llorar de miedo, lejos de apiadarse de ella, vio una nueva oportunidad de negocio y le ofreció abrir un nuevo local para ella sola y ser ahora su chulo. Blancanieves de ninguna manera aceptó: “antes muerta que putilla”, le dijo. Entonces, el señor del falo no tuvo más remedio que ocultarla bajo los oscuros y tenebrosos cimientos de la ciudad. Pero en un descuido, Blancanieves agarró de las pelotas al chulo, logró zafarse de él y escapó corriendo. Corrió tanto como sus piernas se lo permitieron y, esquivando coches, saltándose semáforos, pisando mierdas de perro, alcanzó ya de noche un sexshop.
Todo en aquel lugar era sorprendente, desconocido y maravilloso para ella. Recorrió cada pasillo del local, cada estantería, y palpó , probó y disfrutó de todos los objetos a su alcance. Blancanieves, ya cansada, se acercó junto a una vitrina de cristal donde se encontraban siete llamativos consoladores: Erecto, Chocolátex, Consolín, Glandullón, Espermoso, Muñón y Precoz, y se quedó profundamente dormida junto a ellos.
A partir de las doce de la noche los siete consoladores recobraron vida y cual fue su sorpresa cuando se la encontraron allí tendida.
-”¡Qué preciosidad de mujer!”, exclamó Muñón, engominado de aceite lubricante hasta las orejas, mientras los seis restantes se frotaban los glandes sin dar crédito a lo que veían. Se acercaron más y más teniendo cuidado de no despertarla para admirar su belleza. Se preguntaban que hacía allí tendida y como había llegado hasta allí. Precoz, el consolador más rápido y decidido, tomó la palabra y sugirió esperar a que ella despertara por sí sola para interrogarla. Erecto, impaciente como ninguno, se vino abajo por la impaciencia de tener que esperar. Espermoso, comenzaba ya a babear sólo de pensar en verla despierta, Glandullón se daba cabezazos contra el suelo de la emoción. Chocolatex se derretía de gusto y sólo pensaba ya en un buen polvo de cacao. Cuando Blancanieves despertó, no se asustó al verlos, pues había visto muchos como ellos en casa de su madrastra, “pegados a los huevos de los hombres”, les explicaba, mientras los siete consoladores se corrían a carcajadas
-”Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, puedes cocinar, limpiar la tienda, pero recuerda que durante el día estaremos trabajando, y no abras la puerta a nadie”, le dijeron.
Y así era, los siete consoladores salían muy tempano a trabajar, y cantaban alegres: “aihooo aihooo, al coño a trabajar para pi pa po, para pi pa po, aihooo, aihooo, aihooo”.
Pero la felicidad de Blancanieves en aquel lugar no iba a durar mucho. La madrastra, enterada por su espejo transmisor de que aun vivía y donde vivía, se disfrazó de malvada y agresiva representante comercial de una marca de juguetes eróticos y, maletín en mano, fue rauda a visitar la tienda. Llamó a la puerta y Blancanieves inocentemente la abrió pues no reconoció a su madrastra tras ese tenebroso disfraz.
La madrastra, con la labia habitual de un comercial, le ofreció lo último en vibradores: el modelo “delfín”: seis velocidades de excitación, mando a distancia, autolubricante y terminación en cabeza de delfín cuyo ocico excita el clítoris a velocidades increíbles. La madrastra le propuso probarlo allí mismo, Blancanieves aceptó y cayó muerta al instante de semejante orgasmo que le produjo. La malvada madrastra reía a carcajadas y segura de su éxito pronunciaba un conjuro mágico: “abracadabra, pata de cabra, que tus piernas sólo se abran para este vibrador, dame tu palabra” Blancanieves sólo tuvo fuerzas para asentar con la cabeza al conjuro de su madrastra, y ésta salió a toda velocidad del lugar.
¿La moraleja del cuento? Con delfín o sin delfín, a mi plin, yo me consuelo en mi Pikolín.
jueves, 7 de julio de 2011
No es San Fermín, pero sí una fiesta inesperada.
Hay veces que me encanta estar solo, acomodado en el sofá o sobre la cama escuchando una balada country, sin pensar nada en particular, cerrar los ojos y descansar en la tranquilidad que el sonido country me puede dar. Me apetece ese estar conmigo mismo y escuchándome a solas con ese sonido country de fondo.
Hay en ese estado de soledad algo que me apasiona, que me enamora y que me permite no ser para los demás, sino sólo para mí por muy egoista que pueda parecer. Ese estado de aislamiento es para mí la forma más rápida y natural de desconectar de cualquier trabajo, problema o discusión.
Puede parecer extraño esa relación entre la balada country y yo. Otras músicas me incomodan, me perforan la tranquilidad, me persiguen, me vigilan, pero cuando llega ese momento de abrazar el sonido country para estar solo es sencillamente placer, un estado de aislamiento puro, una forma nada común de sentirse en este lugar llamado mundo que nos lanza día a día información e imágenes cargadas de colores y sonidos estridentes.
Y porque es algo pasajero, que dura unos momentos, un par de horas o como mucho un día entero, es por eso porque lo aprecio tanto para poder disfrutarlo cuando llega, como otros disfrutan con la siesta.
Si ese estado de soledad y balada fuese permanente puede que llegue a convertirse en una tortura, y para tortura ya está la rutina de todos los días por eso, cuando llega ese momento, ese especie de nube en la que flotas,
todo lo demás deja de existir a mi alrededor y sólo vivo para mí.
Son momentos no señalados en ninguna agenda, en ninguna alarma del reloj, en nigun espacio de tu mente; son momentos puntuales y pueden suceder ahora, después de comer, antes de acostarse, no se programa a tal hora, ni para tal día. No es un siete de julio en Pamplona pero si una fiesta inesperada.
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