martes, 12 de julio de 2011

Blancanieves y los siete consoladores


Érase una vez, en un lejano y remoto burdel de carretra donde una joven mujer, llamada Blancanieves, vivía con su madrastra, bruja y prostituta al mismo tiempo. Blancanieves poseía un escultural y moldeado cuerpo de blanca piel y largos cabellos rubio Heineken. A medida que pasaban los días, Blancanieves seguía adquiriendo más y más belleza y estaba aún más buena cada día que pasaba. Y esto le sentaba como una patada en los huevos a su madrastra porque no quería ni imaginarse ver a Blancanieves poner también en venta su preciado negocio, porque ella era allí la reina del negocio, del polvo en metálico y temía por arruinarse. Así, para que aquella jovencita no le hiciera competencia ordenó a su chulo, el señor del falo, llevarla a una ciudad perdida, abandonarla en las lúgrubes alcantarillas de la ciudad y deshacerse así de ella para siempre. Pero el señor del falo, viendo a Blancanieves temblar y llorar de miedo, lejos de apiadarse de ella, vio una nueva oportunidad de negocio y le ofreció abrir un nuevo local para ella sola y ser ahora su chulo. Blancanieves de ninguna manera aceptó: “antes muerta que putilla”, le dijo. Entonces, el señor del falo no tuvo más remedio que ocultarla bajo los oscuros y tenebrosos cimientos de la ciudad. Pero en un descuido, Blancanieves agarró de las pelotas al chulo, logró zafarse de él y escapó corriendo. Corrió tanto como sus piernas se lo permitieron y, esquivando coches, saltándose semáforos, pisando mierdas de perro, alcanzó ya de noche un sexshop.
Todo en aquel lugar era sorprendente, desconocido y maravilloso para ella. Recorrió cada pasillo del local, cada estantería, y palpó , probó y disfrutó de todos los objetos a su alcance. Blancanieves, ya cansada, se acercó junto a una vitrina de cristal donde se encontraban siete llamativos consoladores: Erecto, Chocolátex, Consolín, Glandullón, Espermoso, Muñón y Precoz, y se quedó profundamente dormida junto a ellos.
A partir de las doce de la noche los siete consoladores recobraron vida y cual fue su sorpresa cuando se la encontraron allí tendida.
-”¡Qué preciosidad de mujer!”, exclamó Muñón, engominado de aceite lubricante hasta las orejas, mientras los seis restantes se frotaban los glandes sin dar crédito a lo que veían. Se acercaron más y más teniendo cuidado de no despertarla para admirar su belleza. Se preguntaban que hacía allí tendida y como había llegado hasta allí. Precoz, el consolador más rápido y decidido, tomó la palabra y sugirió esperar a que ella despertara por sí sola para interrogarla. Erecto, impaciente como ninguno, se vino abajo por la impaciencia de tener que esperar. Espermoso, comenzaba ya a babear sólo de pensar en verla despierta, Glandullón se daba cabezazos contra el suelo de la emoción. Chocolatex se derretía de gusto y sólo pensaba ya en un buen polvo de cacao. Cuando Blancanieves despertó, no se asustó al verlos, pues había visto muchos como ellos en casa de su madrastra, “pegados a los huevos de los hombres”, les explicaba, mientras los siete consoladores se corrían a carcajadas
-”Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, puedes cocinar, limpiar la tienda, pero recuerda que durante el día estaremos trabajando, y no abras la puerta a nadie”, le dijeron.
Y así era, los siete consoladores salían muy tempano a trabajar, y cantaban alegres: “aihooo aihooo, al coño a trabajar para pi pa po, para pi pa po, aihooo, aihooo, aihooo”.
Pero la felicidad de Blancanieves en aquel lugar no iba a durar mucho. La madrastra, enterada por su espejo transmisor de que aun vivía y donde vivía, se disfrazó de malvada y agresiva representante comercial de una marca de juguetes eróticos y, maletín en mano, fue rauda a visitar la tienda. Llamó a la puerta y Blancanieves inocentemente la abrió pues no reconoció a su madrastra tras ese tenebroso disfraz.

La madrastra, con la labia habitual de un comercial, le ofreció lo último en vibradores: el modelo “delfín”: seis velocidades de excitación, mando a distancia, autolubricante y terminación en cabeza de delfín cuyo ocico excita el clítoris a velocidades increíbles. La madrastra le propuso probarlo allí mismo, Blancanieves aceptó y cayó muerta al instante de semejante orgasmo que le produjo. La malvada madrastra reía a carcajadas y segura de su éxito pronunciaba un conjuro mágico: “abracadabra, pata de cabra, que tus piernas sólo se abran para este vibrador, dame tu palabra” Blancanieves sólo tuvo fuerzas para asentar con la cabeza al conjuro de su madrastra, y ésta salió a toda velocidad del lugar.
Cuando los siete consoladores llegaron al sexshop se encontraron a Blancanieves tendida en el suelo. No se movía ni respiraba. Los consoladores, desconsolados, eyacularon amargamente porque la querían con delirio. Durante tres días y tres noches velaron su cuerpo, que permanecía igual de bello y con una eterna sonrisa como el primer dia que la encontraron. Al cuarto día, un apuesto príncipe que llegó hasta allí en un flamante caballo para comprarse una princesa hinchable, entró y vio a Blancanieves tendida sobre una mesa rodeada por los siete consoladores. Éstos, visiblemente flácidos, le contaron la trágica historia. El apuesto príncipe al instante se enamoró, y empalmó, de Blancanieves, y decidió llevarla a su castillo en la montaña para allí adorarla por los siglos de los siglos dentro de una urna de cristal. Cuando el príncipe tomó en brazos a Blancanieves para trasladarla, ésta sintió algo muy duro que le apretaba entre sus piernas y despertó repentinamente de su largo orgasmo. Los consoladores tuvieron la mayor erección de alegría de su vida al volver a recuperar a Blancanieves. Ésta, abrazada a los siete consoladores bailaba de alegría, mandó a tomar por el culo al apuesto príncipe y fue feliz el resto de su vida carnal junto a los ocho consoladores.

¿La moraleja del cuento? Con delfín o sin delfín, a mi plin, yo me consuelo en mi Pikolín.

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