jueves, 7 de julio de 2011

No es San Fermín, pero sí una fiesta inesperada.


Hay veces que me encanta estar solo, acomodado en el sofá o sobre la cama escuchando una balada country, sin pensar nada en particular, cerrar los ojos y descansar en la tranquilidad que el sonido country me puede dar. Me apetece ese estar conmigo mismo y escuchándome a solas con ese sonido country de fondo.
Hay en ese estado de soledad algo que me apasiona, que me enamora y que me permite no ser para los demás, sino sólo para mí por muy egoista que pueda parecer. Ese estado de aislamiento es para mí la forma más rápida y natural de desconectar de cualquier trabajo, problema o discusión.
Puede parecer extraño esa relación entre la balada country y yo. Otras músicas me incomodan, me perforan la tranquilidad, me persiguen, me vigilan, pero cuando llega ese momento de abrazar el sonido country para estar solo es sencillamente placer, un estado de aislamiento puro, una forma nada común de sentirse en este lugar llamado mundo que nos lanza día a día información e imágenes cargadas de colores y sonidos estridentes.
Y porque es algo pasajero, que dura unos momentos, un par de horas o como mucho un día entero, es por eso porque lo aprecio tanto para poder disfrutarlo cuando llega, como otros disfrutan con la siesta.
Si ese estado de soledad y balada fuese permanente puede que llegue a convertirse en una tortura, y para tortura ya está la rutina de todos los días por eso, cuando llega ese momento, ese especie de nube en la que flotas,
todo lo demás deja de existir a mi alrededor y sólo vivo para mí.
Son momentos no señalados en ninguna agenda, en ninguna alarma del reloj, en nigun espacio de tu mente; son momentos puntuales y pueden suceder ahora, después de comer, antes de acostarse, no se programa a tal hora, ni para tal día. No es un siete de julio en Pamplona pero si una fiesta inesperada.

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