martes, 13 de enero de 2015

No te hundas junto al Titanic de la amargura

 
La suciedad hizo que me topara con un viejo y grueso diario mientras limpiaba una estantería de madera en el desván de la nueva casa a la que acabábamos de mudarnos mi mujer y yo, mientras hacía un hueco para meter la bicicleta estática de ella, inservible después de que una imprudencia al volante se llevara sus dos piernas. Tenía la piel de sus pastas arrugada, rodeada de manchas de tinta que en su día debió rellenar sus páginas interiores y una gran fisura sobre el lomo en forma de siete. Mi curiosidad, y sobre todo alejarme del estres de mi esposa a causa del traslado, lo cogió entre las manos y lo llevó a una habitación, junto con mis gafas. Me acomodé sobre la cama, me puse las gafas y éstas, como un bastón de ciego, comenzaron a guiarme entre las páginas. La vista me proporcionaba los primeros datos de la vida de una hermosa mujer de largos cabellos rubios y rizados postrada en una silla de ruedas a causa de una rara enfermedad.Cada hoja comenzaba con la fecha impresa del día que escribía, y en cada hoja contaba lo vivido por ella en esa fecha. Encontré pequeñas alegrías, pero también abundante tristeza y, muchas, muchas reflexiones en cada una de sus hojas, que terminaban  con una frase a modo de recordatorio que me llamaba mucho la atención y que decía:
"mañana nos encontramos de nuevo"
El nerviosismo de mi mujer requiriendo con urgencia mi presencia hizo que pasara deprisa el resto de las hojas hasta llegar a la última de sus páginas.
Me extrañó que no hubiera nada escrito, que estuviera en blanco y que no figurara la fecha y solamente en la parte inferior derecha se podía leer: "el día ha llegado". Lo cerré de golpe y caminé hacia mi esposa escuchando un sonoro reproche, un más de los cada vez más frecuentes:  "Pedazo de holgazán, ¿todavía sigue aquí este puto trasto de bicicleta?"



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